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marco

‘‘(…), el cuento parte de la noción de límite, y en primer término de límite físico, (…)’’. 

Julio Cortázar1

Ni siquiera la novela, un género literario de mayor amplitud y de posibilidades, puede encerrarlo todo, el todo-tema, ni mucho menos el todoperímetro-tema; y este fenómeno no es particular de la literatura, sino que se da, por suerte o no, en el arte en general y, por supuesto, en la ciencia. Esto no quiere decir que el tema muera con el punto final de la obra: no morirá para el lector, gracias a la subjetividad propia de la literatura y al efecto que esta pueda provocar en él―y aunque se podría pensar lo contrario, lejos de limitar, la objetividad propia de la ciencia es lo que la hace de igual manera inmortal―, pero sí es cierto que en cuanto el escritor cierre su cadencia y coloque ese último punto, entonces el tema morirá para él, al menos en el papel.

El ensayista desde su regional y delimitada o limitada consciencia, escoge una única realidad, una verdad suya―que más bien le asalta el pensamiento―, pero jamás original, pues es producto, no de todas las verdades posibles, pero sí de todas las otras verdades que le han rozado el ser en la línea del tiempo; pero más importante aún, es que la hará válida y la pondrá en una prueba de solidez y resistencia frente a cualquier verdad colindante, símil o no, y esta fuerza descomunal vendrá sobre todo desde el inconsciente, pues aunque refiriéndose a otro género Ernesto Sabato2 concluye: ‘‘(…) el genio creador de un novelista puede más que las ideas que conscientemente profesa’’. Y acaso, ¿no debe poseer un ensayista genio creador? ¿O debería tontamente apoyar su verdad exclusivamente con lo que ya dijo otro? Entonces, no sería su verdad, sino más bien una verdad ajena. La verdad del ensayista no tendrá validez por la verdad de otros, los otros no son más que los micronutrientes de su genio, cual si fuese una maquinaria celular, necesarios unos, vitales otros; y sí, el pasado también será siempre el presente, todo lo anterior subyace en cada universo personal, pero el porqué su verdad es la verdad, es lo que realmente importa: lo comprobable, lo metafísico, la salvación, la vida eterna; y esta insistencia en el mismo punto, no es un intento de convencer al lector, sino más bien, de reafirmarse a sí mismo.

Un tema no deja de abarcarse totalmente porque sí. El hecho de que el ensayista no agote todas las posibilidades alrededor de un tema no es resultado de que, precisamente, haya escogido un elemento concreto de la realidad, ni mucho menos de teorías ni de reglas literarias ante las cuales debe sumirse; más bien, se trata de que el hombre es limitado, su realidad es limitada porque su consciencia lo es, lo cual hace imposible que pueda trascenderla―hay mucho más guardado en nuestro inconsciente de lo que probablemente alcanzamos a imaginar, y tal vez esto tenga que ver con la capacidad de adaptación y reparación de nuestros tejidos, que disminuye a medida que envejecemos―. Su realidad jamás podrá alcanzar la de otro. El caldo cultural, la aprehensión de las cosas, el nivel espiritual o metafísico; es único para cada individuo, lo que hace que la verdad que defiende sea apenas un reflejo de su pequeño universo entre todas las realidades posibles. Aunque en el campo de la música, Chopin3 se ofrece como modelo para explicar lo que sucede en ese microcosmos personal: el universo del compositor polaco era enteramente pianístico, su realidad puramente pianística, pues para él la música era el piano, lo que limitó hasta cierto punto que desde su genio creativo sólo se dedicara a componer obras para piano―exceptuando algunas obras para piano y otros instrumentos―, tanto así, que en sus conciertos para piano encontramos dos esferas entre el solista y la orquesta, no necesariamente distintas, pero sí donde más que unidad hay un preponderancia al extremo del primero sobre el segundo, funcionando éste como un mero relleno.

Para Clemens Kühn4 ‘‘El lenguaje es siempre una mera aproximación, un intento de representar con palabras lo que dicho en sonidos no es posible abstraer completamente en la palabra’’, es decir, que así como el lenguaje musical, nuestra lengua, la que nos sirve para comunicarnos, es limitada, todas sus concepciones, sus signos, incluso su fonética sólo tienen validez y sentido allí, en ella misma―y de igual modo sucede en el arte en general―; pero la verdadera razón por la cual a un ensayista se le han agotado todas las palabras al cerrar un tema, es porque, justo cuando coloca el punto final, hasta ese momento al menos, ha dejado de pensar, se le han agotado todas las posibilidades, todas sus posibilidades. Sólo se puede asumir a medias, en este caso, la verdad de Juan Gelman5: ‘‘la palabra es madre y sirvienta de límites’’, pues es el fin de la idea el fin de la palabra, y esto no quiere decir que la capacidad cognoscitiva y de razonamiento del escritor sea el límite, sino que su realidad, que está determinada por esa misma capacidad―sin dejar a un lado la afectividad―, es al mismo tiempo la limitante de sus capacidades y por lo tanto de sus posibilidades de abstracción. La realidad, que es temporal, se abre o se cierra hacia lo nuevo en proporción directa a la capacidad de abstracción del individuo, pero es necesario que esa realidad primera contenga elementos que puedan dar apertura a la nueva realidad: nunca aprendió nadie a dividir sin antes saber multiplicar.

El cuentista está limitado por la características que definen dicho género, narrar un hecho único con una brevedad que implica  una carrera fija, que no se detiene en detalles, en absolutamente nada que no sea determinante para el hecho en sí; y ese es el límite físico que señala Cortázar; y a diferencia de este, el límite físico del ensayo es consecuencia no de las palabras, sino de las limitaciones propias del escritor, de su realidad, que muere allí mismo. Ahora bien, la muerte del ensayista―dejando fuera al lector―, es una muerte temporal y espacial, que inicia y termina con ese último punto―y que por lo tanto, sólo es una muerte de papel―: el ensayista, o el escritor en un sentido más amplio, muere con su verdad tantas veces su realidad individual se nutre―o desnutre―y se transforma en otra cosa, lo que libra a la verdad de los límites de la estática y la inmortalidad.

Las posibilidades de respuestas, de comprensión de un tema son inagotables, porque el todo es infinito, y es imposible abrazar el infinito desde la palabra, ni desde ningún otro recurso, ni mucho menos desde el yo, pero por suerte, al otro lado del papel se encuentra otro yo, dueño de otra realidad, una realidad llena de poros.

Referencias:

1. Cortázar, Julio. Algunos aspectos del cuento. Cuadernos Hispanoamericanos 1971 mar;(25):403-406.

2. Sabato, Ernesto. El escritor y sus fantasmas. Barcelona: Seix Barral; 2004.p27.

3. Frédéric Chopin. Disponible en: http://www.epdlp.com/compclasico.php?id=983

4. Kühn, Clemens. Conformación y coherencia. En: Tratado de la forma musical. España: Idea Books; 2003.p.13.

5. Gelman, Juan. Donde gritan (verso No. 4). En: El emperrado corazón amora. Barcelona: Tusquets; 2011.p.233.