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Todo escéptico y todo cristiano o religioso debería leer El anticristo. Si bien Nietzsche puede llegar a plantear locuras, El anticristo es un punto de encuentro―o de partida―para estar de acuerdo con su autor, para refutarlo o simplemente para hacer un análisis crítico de lo que uno cree y profesa ser y lo que realmente es. Para Nietzsche el cristianismo es la cumbre máxima de la ficción, la imaginación llevada al borde, y el cristiano el gran mentiroso, el menos cristiano de todos. En El anticristo, Nietzsche pone en descubierto―o pretende―los oscuros y falsos cimientos cristianos y trata de destruirlos. Aunque con una fuerza y una gran belleza literaria, lo hace desde la razón, e increíblemente una razón apasionada, por lo que yo, objetivamente animal y subjetivamente ser humano, prefiero en este caso quedarme con la idea de Dios  y la idea de moral, que como diría Ernesto Sábato1, aunque refiriéndose a la novela, no podrían ser abarcadas con ‘‘Ni la pura objetividad de la ciencia, ni la pura subjetividad de la primera rebelión (…)’’.

 

Dios es un concepto. Dios como cosa concreta. El hombre, probablemente inconsciente de sus capacidades reales, necesitó colocar un altar para agradecer por sus logros a un ser que le superara en todos los sentidos, que enviara la lluvia para poder sembrar y cosechar, pero que también detuviera la tormenta, o en el no mejor de los casos, que fuera la mano donde asir la espera entre el dolor y su fin. ¿De dónde vengo? ¿De dónde viene eso de donde yo provengo? ¿Qué hay después? ¿Después de esta realidad? Pero el hombre no podía encontrar respuestas, y su tormento era tal que también necesitó para esto crear un Dios, origen infinito de todas las cosas y por supuesto, una nueva realidad, porque la vida no podía terminar aquí, era necesario un después, donde poner la esperanza, donde alcanzar la felicidad plena, porque en esta realidad el hombre sufría―todavía sufre―, y el hombre puede soportar todo dolor, pero por supuesto, no quiere. Entonces Dios pasó de ser adorado a ser el Dios que recompensa o castiga, y su comprensión y alivio del dolor del hombre, probablemente ahora también debían ser ganadas. Así, la moral dejó de ser un acto espontáneo y natural, ahora estaba condicionada por las consecuencias―sobre todo extraterrenales―que cualquier acción pudiera generar. El bien y el mal, como cosa en sí, no importaban, sino en qué proporciones se amontonaban. Al hombre no le importó ser sincero, su fin era ahora ganar el cielo.

 

Yo no soy tan radical como Nietzsche. Sí creo que hay algo que es superior a mí, y creer es una palabra tonta y peligrosa, porque colinda con fe, y la fe no parte desde la verdad, desde algo repetible, demostrable. Ese algo superior, ¿quién o qué es? No lo sé. Ni la ciencia, mucho menos mi limitada capacidad de razonar ni mi limitada sensibilidad, me permiten demostrarlo. No puedo decir que la idea de Dios no me atormente, pero prefiero tender mis manos hacia esta realidad, hacia estas flores, hacia este cielo y hacia esta gente que me hace llorar o reír. Ser fuerte cuando tenga la resistencia para hacerlo. Ser débil no es ningún mal Nietzsche, el crimen sería sentarme a llorar todas las horas. La vida está aquí y ahora. El cielo y el infierno también.

 

El anticristo2

(fragmento)                  

 

‘‘Un pueblo que conserva la fe en sí mismo, tiene también un Dios que le pertenece. En ese Dios admira y adora las condiciones que le han hecho triunfar, sus virtudes; proyecta la sensación del placer que se causa a sí mismo y el sentimiento de su poder, en un ser al que pueda dar gracias por ello. El rico quiere aparecer como dadivoso; un pueblo altivo necesita un Dios ante quien sacrificar… En estas circunstancias, la religión es una forma de la gratitud. El hombre está agradecido consigo mismo y por eso necesita un Dios que le pueda ayudar y dañar, que sea amigo y enemigo, a quien se admira en lo bueno y se respeta y teme en lo malo. (…) ¿Qué significa el orden moral? Que existe de una vez y para siempre una voluntad que decide todo lo que el hombre debe hacer y no hacer; que el valor de un pueblo o de un individuo se mide según obedece peor o mejor la voluntad de Dios; que en los destinos de un pueblo o de un individuo, la voluntad de Dios influye de un modo casi decisivo, es decir, que castiga o recompensa, según el grado de obediencia’’.                                                                                               

 

 

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Referencias:    

  1. Sábato, Ernesto. La novela total. En: El escritor y sus fantasmas. Barcelona: Seix Barral; 2004.p.22.
  2. Nietzsche, Friedrich. El anticristo (fragmento). Barcelona: Brontes; 2012.p.36,52,53.